jueves, 28 de julio de 2016

JESÚS Y LA MUJER




                                     M U J E R 


Nuestra sociedad actual, sacudida por corrientes feministas cada vez más fuertes, apenas sospecha el carácter verdaderamente revolucionario del comportamiento de Jesús ante la mujer, atentando escandalosamente contra las costumbres más venerables de aquella sociedad.
La situación de la mujer era realmente lamentable. Sin verdadera personalidad jurídica, esclava de su propio esposo, ignorante de la ley, sin acceso a la cultura y la vida pública, sospechosa constantemente de impureza ritual, discriminada religiosa y socialmente, sufría una marginación intolerable.
Es significativa la oración que R. Jehuda recomendaba a todos los varones recitar diariamente: “Bendito seas Dios porque no me has creado pagano, mujer ni ignorante”.
La mujer es valorada únicamente como objeto de placer para el esposo, instrumento de fecundidad para la familia y servicio para las faenas del hogar.
La actuación de Jesús en aquel contexto social fue una buena noticia para la mujer.
Rompiendo los prejuicios y costumbres anteriores de mantener a la mujer al margen de las Escrituras, Jesús las acepta entre sus discípulos y seguidores, en una actitud nueva e inaudita para un rabino judío.
Oponiéndose a todas las escuelas rabínicas de la época, defiende a la mujer en el matrimonio, condenando la poligamia y el repudio decidido exclusivamente por el varón.
Pero sobre todo, Jesús destruye la falsa concepción de la mujer vigente en aquella sociedad.
En primer lugar, rechaza una visión que reduzca a la mujer a “mero objeto sexual”, pidiendo para ella un respeto absoluto. “Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio en su corazón”.
         Jesús rechaza también la valoración de la mujer sólo como instrumento de       fecundidad. Cuando una mujer sencilla alaba a su madre, reduciendo toda la       grandeza de la mujer a un vientre fecundo y unos pechos para alimentar a los       hijos, Jesús la corrige diciendo que más importante aún que la maternidad es       que la mujer sepa escuchar la palabra de Dios y orientar su vida conforme a         ella.
El relato evangélico de Marta y María nos recuerda otra escena significativa. Marta recrimina a su hermana porque no se preocupa de los trabajos del hogar. Jesús responde con estas palabras: “Marta, Marta, te afanas y preocupas por muchas cosas y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena que no le será quitada”.
La mujer no debe quedar reducida a la esclavitud de las faenas caseras. Hay algo mejor a lo que tiene derecho. Escuchar la palabra de Dios y vivirla.vivi
                             Antonio Pagola.

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