sábado, 19 de mayo de 2018

Ven, Espíritu de Dios



¡Luz que penetras el alma!

A los primeros discípulos de Jesús y a los cristianos de las primeras generaciones se les ve que han descubierto una manera nueva de vivir. No saben cómo explicarlo.
Dicen que han recibido el «Espíritu Santo».
Para ellos, este «Espíritu Santo» es un regalo de Dios que reciben cuando toman la decisión de seguir a Jesús. Esta fuerza que sienten en su interior, ese impulso que los anima desde dentro, esa vida que llena su corazón sólo puede venir de Dios. Todavía hoy, cuando los cristianos recitamos el «credo», decimos así: 
«Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida».

Jesús, vive totalmente animado y movido por el Espíritu de Dios, y ¿yo? 
Hay cosas que todos podemos intuir y hasta experimentar si nos acercamos a él.
El Espíritu de Dios enseña a no malgastar la vida de cualquier manera, a no pasar superficialmente junto a lo esencial, a no ir viviendo los días de manera inconsciente.
Centrar nuestra vida en el Espíritu es saborear la vida de una manera más intensa y honda.
El Espíritu de Dios pone en nosotros alegría interior, introduce en nosotros luz y transparencia, nos hace conocer una confianza nueva ante la vida. Algo cambia en nosotros.
Vivir animados por el Espíritu nos libera del vacío y de la soledad interior.
El Espíritu de Dios nos enseña a estar atentos a todo lo bueno y sencillo, con una atención especial a quienes sufren. Empezamos a vivir de forma más bondadosa porque crece en nosotros la capacidad de amar y ser amados.
El Espíritu de Dios nos ayuda a «renacer» cada día y nos permite comenzar cada mañana sin dejarnos derrotar por el desgaste, los errores y el cansancio del vivir diario.
No sabemos cómo ocurre, pero dentro de nosotros hay una fuerza que nos sostiene.
El Espíritu de Dios nos abre a una comunicación más confiada y sincera con Dios.
Nos enseña a orar. Nuestras dudas, interrogantes y resistencias comienzan a disolverse.
TOMADO DE  ANTONIO PAGOLA.






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